Me han salido canas.
Leopoldo María Panero pasó años encerrado en el hospital Aita Menni de Mondragón. Por los pasillos del edificio arrastraban los pies internos de mandíbula caída y rostro deformado sin saber qué destino darse. La vida consistía en dejar pasar el tiempo y nada más. Pocos de ellos sabían que aquel psiquiátrico con olor a orín había acogido, a finales del XIX, un hermoso balneario al que acudían ilustres veraneantes desde la capital. Pocos sabían que la suerte del balneario había cambiado la mañana en que Cánovas del Castillo fue asesinado en uno de los bancos de la galería, pasando a ser entonces un lugar maldito que terminaría por verse obligado a cerrar sus puertas. Me siento un poco así, como un psiquiátrico con olor a orín levantado sobre la extinta belleza de un balneario de pasado lustroso.