jueves, 28 de marzo de 2019

Lázaro

El cuatro de julio del año dos mil quince. Esa fue la última vez que hablé con ella. Quedaron demasiadas cosas por decir. Han pasado casi cuatro años y las heridas siguen abiertas. Al menos las mías. Soy incapaz de olvidar. Ni el tiempo ni la distancia han servido de nada.

Quizás no debería estar aquí.

Un día me desperté y sentí que no tenía nada más que decir. Se me había agotado el deseo de escribir. De retratarme tras un puñado de párrafos. De exhibir mis miserias. De generar lástima. De generar amor. Me sentí insignificante. Como aún me siento. Y me dormí.

Ahora es todo tan distinto.  Solo algunos sentimientos permanecen. Pero el paisaje ha cambiado. Y no reconozco a quienes me rodean del mismo modo que no me reconozco a mí. La vida se ha vuelto más sosegada. Mejor así.

Hace muchos años comencé a escribir una historia en cuyo primer párrafo hablaba del sabor metálico de un revolver en mi boca. Y luego apretaba el gatillo. He deseado la muerte. He convivido con ella. Ahora la observo con cierta distancia tratando de no llamar su atención.

Me he acostumbrado a la soledad.

No tengo grandes proyectos. Ni pequeños. Pero quizás esto sea un comienzo.

Beta

viernes, 22 de marzo de 2019

Marzo, mediados

Algún día escribiré un libro sobre la enfermedad. Sobre la muerte. Sobre la resurrección. El cielo está nublado y hace catorce grados de temperatura en ciudad de México. Me han despertado los ladridos del perro de mi vecina.

He hecho algunos cambios, alguna promesa y me he sentado a escribir sin saber muy bien el qué.

No me reconozco en las antiguas fotografías. La medicación ha transformado completamente mi cuerpo.