Tengo un poco abandonado el blog, lo reconozco. Entre el de GQ, el calor y mis distintas actividades nunca encuentro el momento para actualizar. Además no sé muy bien de qué hablar. Beta, escribe algo de lo de Noruega, me han dicho. ¿Noruega? ¿Qué se yo de Noruega? No he estado nunca allí. Tampoco me he acostado nunca con una nórdica. Bueno, hace años, con una tía que se hacía llamar Islandia pero que era de Moratalaz. No creo que eso cuente.
El pasado mes de mayo estuve en Copenhague. Fue mi primera visita a un país nórdico. Mis dos primeras impresiones fueron que los daneses no son tan altos como te los imaginas y que todo es carísimo. Estuve en Christiania, una especie de barrio hippie gestionado por fumetas lleno de carteles de prohibido hacer fotos. Me pregunté qué pasaría si sacara la cámara y empezara a disparar. ¿Aparecería un poli narcotizado que, en plan Ernesto de Hannover, intentaría quitarme la tarjeta de memoria? No quise arriesgarme y me conformé con esto.

Lars Von Trier nació en Copenhague. Supongo que el guión de "Anticristo" se lo escribió después de haber echado la tarde en Christiania. O en la fábrica de cerveza Carlsberg. Tienen una colección de miles de botellas.

Algunas de un realismo que asusta.

Otras con memoria histórica.

No es lo que parece. En realidad la esvástica simbolizaba eficacia. Cuando los nazis se la apropiaron en Carlsberg dejaron de etiquetar así sus botellas. En el precio de la entrada vienen incluídas dos cervezas. Pero ya puestos te pides otras tres y así haces la degustación completa.

Con la moña sales haciendo eses de la fábrica y si te dicen que tienes que currar por la patria hasta te parece bien.

En Copenhague cogí un tren que me llevó hasta Malmo, Suecia. La estación de Malmo mola.

Suecos y daneses parecen lo mismo pero no lo son. Los suecos son los hermanos aventajados de los países nórdicos. Riegan en mundo de coches Volvo, de teléfonos Ericsson, de muebles de Ikea, de canciones de Abba. Van de guays. Estan buenos, mataron a Oloff Palme en el momento justo para convertirlo en martir y todos envidiamos su socialdemocracia. Se venden bien, parecen italianos.
Luego están los noruegos, que es de quienes se suponía que iba a hablar. Y los finlandeses. Y los islandeses. Bueno, los islandeses no existen (y menos ahora que están quebrados), son como Teruel, sin un kilómetro de autovía por el que poder llegar hasta ellos. De entre los nórdicos mis favoritos son los finlandeses. Los finlandeses no van de nada. Mientras los daneses se preguntan por el sentido de la vida, los finlandeses simplemente tratan de sobrellevarla de la mejor manera posible. Finlandia es el país del mundo con un mayor índice de suicidios... y de alcoholismo. Eso sí que es saber entender la vida. No tienen a Bergman ni a Dreyer ni a Von Trier, pero tienen a Kaurismaki, que les da mil vueltas a todos ellos con sus historias sobre borrachos, fábricas de cerillas y suicidas arrepentidos. Su único defecto es que tienen la nariz grande. No sé por qué pero tienen la nariz grande y, normalmente, roja. También tienen a Nokia, pero de algo hay que vivir. Es curioso que un pueblo donde la gente apenas habla se forre vendiendo teléfonos.
¿Que diga algo de Noruega? Pues que ¿quién no ha deseado, alguna vez, ponerse la banda sonora de la naranja mecánica a toda pastilla y abrir fuego contra inocentes corderitos?
Besos.
Beta