Hola,
He recibido un mail diciéndome que mi blog no es lo mismo desde que no cuento mis "proezas" sexuales. Supongo que debería poner cara de indignación y exclamar un "¿pero por quién me has tomado?", un "¿eso soy para vosotros? ¿una atleta sexual?". Pues no, no pienso hacerlo. En estos tiempos olímpicos que corren (o que corrían), creo que ese es el único tipo de atletismo (el sexual) en el que no sería descalificada a las primeras de cambio. Lo malo es que mi vida sexual es ahora bastante relajada. Podría decir que soy una folladora fija discontinua (¿se nota que hice un curso de derecho del trabajo?), me lo monto con alguien regularmente aunque no de manera continuada.
Por otra parte, me llama la atención el que alguien tenga la sensación de que éste es un blog en el que una mocosa irreverente cuenta su vida sexual. Puede que... vale, es cierto, en alguna ocasión he contado que me acostaba con alguien pero, por lo general, no tengo la sensación de haber entrado en detalles. Creo que muchas veces la gente se deja llevar más por su imaginación que por la literalidad de mis palabras. Eso me gusta.
En otro mail alguien me pone de puta censora para arriba. Lo de puta tiene un pase pero lo de censora... eso si que no. Supongo que quien me dice eso es algún tarado que, escudándose en el anonimato, me ha dejado en el blog un puñado de comentarios insultantes. Supongo que quien me dice eso no tiene ni idea de lo que es la censura. Lo explicaré clarito, para que me entiendan los más tontos. Si yo escribo un artículo lleno de chorradas e insultos y lo envío a "El País" es muy posible que no me lo publiquen. A partir de aquí puedo, o bien asumir que el director de "El País" tiene derecho a decidir lo que se publica en su periódico y quien publica, o bien indignarme y escribir un artículo para el New York Times denunciando la censura que ejercen en "El País" (que me temo tampoco se publicará porque el NYT también es un medio censor).
El verano es un buen momento para ponerse al día en la correspondencia.
Besos.
Beta
jueves, 28 de agosto de 2008
lunes, 25 de agosto de 2008
Agosto
Hola,
No dejo de repetirme que Madrid es un buen sitio para pasar agosto. Me lo repito tratando de convencerme. Trabajo lo que puedo, bebo una clara detrás de otra y me bajo películas que veo a oscuras de madrugada, desnuda, con las ventanas abiertas para que entre un poco de fresco en el salón. Veo "En la ciudad de Sylvia", tengo mis motivos y Pilar López de Ayala es uno de ellos. Sale un francés con aire de D´Artagnan que se dedica a observar el mundo desde el café que hay frente a un conservatorio de música en una ciudad cualquiera de la provenza francesa. Toulousse quizás. Me gustaría seguir sus pasos, sentarme a observar a los desconocidos sin nada más que hacer. Imaginar sus vidas, y perseguirles. "Beta -me repito-, Madrid es un buen sitio para pasar el mes de agosto". Me gustaría tener un amante con la cara de Belmondo, que fuera bruto y me hablara en francés. También me gustaría tener una amante contorsionista a la que ver fumar después de hacerla sudar.
Me pregunto porqué nunca imito al D´Artagnan de la película si Madrid es una ciudad llena de terrazas en las que poder observar a la gente. Quizás la respuesta sea que para mí en Madrid todo tiene nombre. Necesito un lugar anónimo, una plaza donde no haya estado nunca, un café que me enamore a primera vista. Quiero sentirme una turista tranquila.
Tengo gastroenteritis. Me cuesta actualizar el blog.
Besos.
Beta
No dejo de repetirme que Madrid es un buen sitio para pasar agosto. Me lo repito tratando de convencerme. Trabajo lo que puedo, bebo una clara detrás de otra y me bajo películas que veo a oscuras de madrugada, desnuda, con las ventanas abiertas para que entre un poco de fresco en el salón. Veo "En la ciudad de Sylvia", tengo mis motivos y Pilar López de Ayala es uno de ellos. Sale un francés con aire de D´Artagnan que se dedica a observar el mundo desde el café que hay frente a un conservatorio de música en una ciudad cualquiera de la provenza francesa. Toulousse quizás. Me gustaría seguir sus pasos, sentarme a observar a los desconocidos sin nada más que hacer. Imaginar sus vidas, y perseguirles. "Beta -me repito-, Madrid es un buen sitio para pasar el mes de agosto". Me gustaría tener un amante con la cara de Belmondo, que fuera bruto y me hablara en francés. También me gustaría tener una amante contorsionista a la que ver fumar después de hacerla sudar.
Me pregunto porqué nunca imito al D´Artagnan de la película si Madrid es una ciudad llena de terrazas en las que poder observar a la gente. Quizás la respuesta sea que para mí en Madrid todo tiene nombre. Necesito un lugar anónimo, una plaza donde no haya estado nunca, un café que me enamore a primera vista. Quiero sentirme una turista tranquila.
Tengo gastroenteritis. Me cuesta actualizar el blog.
Besos.
Beta
domingo, 17 de agosto de 2008
Rusia
Hola,
¿Tengo yo pinta de que me guste el deporte? Pues eso, que no. De hecho me he pasado la vida escabulléndome de los deportistas, de sus mallas ajustadas, de sus muñequeras y de sus chandals de colores. Pero estos días el asedio es demasiado fuerte y me ha sido imposible escapar.
Domingo. Me despierto por la mañana, me preparo una tostada con mantequilla y un té con hielo para desayunar y pongo la tele a ver si Nadal ya ha ganado su medalla de oro. Sin embargo lo que me encuentro son dos rusas jugando al tenis. La primera tiene pinta de ruda agricultora con cara de acabarse de fugar del koljós. La segunda, la segunda, la s e g u n d a... es la diosa afrodita con una raqueta en la mano. Me atraganto con la tostada y me quedo boquiabierta. "Joder qué buena está", exclamo para mis adentros. Se llama Elena Dementieva y estoy a un paso de apuntarme a un club de tenis.
Es en momentos como este cuando lamento el colapso de la vieja Unión Soviética. Habría sido maravilloso que nos invadieran y que establecieran una dictadura sexual en la que Elenas Dementievas uniformadas nos obligaran a mantener sexo con ellas tres veces al día. Y después... Cigarrettes.
¡Viva Rusia!
Russian Red, que me está volviendo loca.
Besos.
Beta
¿Tengo yo pinta de que me guste el deporte? Pues eso, que no. De hecho me he pasado la vida escabulléndome de los deportistas, de sus mallas ajustadas, de sus muñequeras y de sus chandals de colores. Pero estos días el asedio es demasiado fuerte y me ha sido imposible escapar.
Domingo. Me despierto por la mañana, me preparo una tostada con mantequilla y un té con hielo para desayunar y pongo la tele a ver si Nadal ya ha ganado su medalla de oro. Sin embargo lo que me encuentro son dos rusas jugando al tenis. La primera tiene pinta de ruda agricultora con cara de acabarse de fugar del koljós. La segunda, la segunda, la s e g u n d a... es la diosa afrodita con una raqueta en la mano. Me atraganto con la tostada y me quedo boquiabierta. "Joder qué buena está", exclamo para mis adentros. Se llama Elena Dementieva y estoy a un paso de apuntarme a un club de tenis.
Es en momentos como este cuando lamento el colapso de la vieja Unión Soviética. Habría sido maravilloso que nos invadieran y que establecieran una dictadura sexual en la que Elenas Dementievas uniformadas nos obligaran a mantener sexo con ellas tres veces al día. Y después... Cigarrettes.
¡Viva Rusia!
Russian Red, que me está volviendo loca.
Besos.
Beta
miércoles, 13 de agosto de 2008
Abuelos
Hola,
Se me olvidó. El otro día, al hablar de las cosas que hacemos por amor olvidé una bastante común (al menos para mí) y bastante terrible: ir a ver a "sus" abuelos. Me ha pasado en un par de ocasiones.
En el primer caso sus abuelos vivían en un pueblo del norte de Castellón por lo que cada vez que había que ir a verlos teníamos que meternos casi cinco horas de viaje. Cuando llegábamos, aquellos viejecitos recibían a su nieto con auténtica veneración, todo lo contrario que a mí. Supongo que pensarían que yo era un traspié en la vida de su nieto y que si me hacían el vacío terminaría por hartarme de ellos y, por extensión de quien por aquel entonces era mi "novio". Ni que decir tiene que nos hacían dormir en camas separadas, como si su nieto no tuviera la polla pelada después de haberse follado a la medio Madrid. El ponía cara de bueno y me repetía una y otra vez que me compensaría cuando regresáramos. Yo me ponía de los nervios porque pensaba que era un calzonazos que por no contrariar a los viejos permitía que me maltrataran. La cosa, lógicamente, no duró mucho y creo que plantarle fue una de las mejores cosas que he hecho en mi vida.
En el segundo caso los abuelos eran de un pueblo de la provincia de Toledo con lo que el viaje era más cómodo. En este caso no me hacían el vacío pero tampoco me dirigían la palabra. No era animadversión era que, simplemente, estaban muertos. Lola había perdido a un hermano en accidente de coche y vivía la muerte de un modo muy emotivo. Yo no soy de cementerios pero ella siempre terminaba las visitas a su pueblo con un paso por el cementerio. Delante de aquellos nichos yo no sabía qué hacer ni que decir así que me dedicaba a leer los nombres de los muertecitos. Me sorprendía ver cómo se repetían una y otra vez los mismos apellidos, señal de que en aquel pueblo todos emparentaban con gente de su propia familia. Tenía la sensación de que aquello era como viajar a la España de los documentales de postguerra.
Conclusión: cuando os liéis con alguien lo primero que tenéis que hacer es preguntarle por sus abuelos. Si viven al otro lado del océano: vía libre.
Besos.
Beta
Se me olvidó. El otro día, al hablar de las cosas que hacemos por amor olvidé una bastante común (al menos para mí) y bastante terrible: ir a ver a "sus" abuelos. Me ha pasado en un par de ocasiones.
En el primer caso sus abuelos vivían en un pueblo del norte de Castellón por lo que cada vez que había que ir a verlos teníamos que meternos casi cinco horas de viaje. Cuando llegábamos, aquellos viejecitos recibían a su nieto con auténtica veneración, todo lo contrario que a mí. Supongo que pensarían que yo era un traspié en la vida de su nieto y que si me hacían el vacío terminaría por hartarme de ellos y, por extensión de quien por aquel entonces era mi "novio". Ni que decir tiene que nos hacían dormir en camas separadas, como si su nieto no tuviera la polla pelada después de haberse follado a la medio Madrid. El ponía cara de bueno y me repetía una y otra vez que me compensaría cuando regresáramos. Yo me ponía de los nervios porque pensaba que era un calzonazos que por no contrariar a los viejos permitía que me maltrataran. La cosa, lógicamente, no duró mucho y creo que plantarle fue una de las mejores cosas que he hecho en mi vida.
En el segundo caso los abuelos eran de un pueblo de la provincia de Toledo con lo que el viaje era más cómodo. En este caso no me hacían el vacío pero tampoco me dirigían la palabra. No era animadversión era que, simplemente, estaban muertos. Lola había perdido a un hermano en accidente de coche y vivía la muerte de un modo muy emotivo. Yo no soy de cementerios pero ella siempre terminaba las visitas a su pueblo con un paso por el cementerio. Delante de aquellos nichos yo no sabía qué hacer ni que decir así que me dedicaba a leer los nombres de los muertecitos. Me sorprendía ver cómo se repetían una y otra vez los mismos apellidos, señal de que en aquel pueblo todos emparentaban con gente de su propia familia. Tenía la sensación de que aquello era como viajar a la España de los documentales de postguerra.
Conclusión: cuando os liéis con alguien lo primero que tenéis que hacer es preguntarle por sus abuelos. Si viven al otro lado del océano: vía libre.
Besos.
Beta
lunes, 11 de agosto de 2008
Te reencarnas
Hola,
A veces perdemos. Y creemos que lo hemos perdido todo. Y creemos que no podremos volver a ser los mismos que fuimos. Y nada tiene sentido.
Y luego encontramos. Y miramos atrás en busca de lo que perdimos. Y vemos que lo que hemos encontrado nos permite volver a ser quienes fuimos. Y nos preguntamos si lo que hemos encontrado es lo mismo que perdimos. Lo mismo, con otro rostro y con otra alma, pero lo mismo.
Y todo cobra sentido.
Besos.
Beta
Posdata: Revolvió
A veces perdemos. Y creemos que lo hemos perdido todo. Y creemos que no podremos volver a ser los mismos que fuimos. Y nada tiene sentido.
Y luego encontramos. Y miramos atrás en busca de lo que perdimos. Y vemos que lo que hemos encontrado nos permite volver a ser quienes fuimos. Y nos preguntamos si lo que hemos encontrado es lo mismo que perdimos. Lo mismo, con otro rostro y con otra alma, pero lo mismo.
Y todo cobra sentido.
Besos.
Beta
Posdata: Revolvió
miércoles, 6 de agosto de 2008
Cama leónica
Hola,
El director de cine Rodrigo Sopeña, que es muy discreto y por eso se sorprenderá al ver su nombre aquí, me dijo el otro día que mi aparente dureza no era más que una pose ya que en realidad soy una cursi almibarada. No se si "cursi almibarada" fueron sus palabras exactas pero más o menos eso es lo que venía a decir. No me lo tomé a mal sino que me hizo gracia porque yo pienso que sus palabras eran una cuestión de estrategia. Le amenacé con mencionarle en el blog y me dijo que antes de hacer eso recordara que es una persona "desmesuradamente e irracionalmente vengativa" (esto sí que fue literal).
Yo no creo que Rodrigo, tan tímido él que prefiere que sea Piedrahita el que ponga la cara en las entrevistas, sea para nada vengativo, sino que, al igual que nos pasa a los demás, tiene cierto síndrome de "Zelig". Zelig (Woody Allen, Warner Bross 1983), cuenta la historia de Leonard Zelig, un tipo que para no sentirse excluído (en este caso sería más bien para sentirse incluído) se mimetiza con el paisaje que le rodea. Si lo que tiene a su alrededor son judíos le brotan tirabuzones en el pelo, si son negros su piel se le oscurece, si son matemáticos comienza a hablar compulsivamente de ecuaciones de tercer grado, si son físicos pontifica sobre el uranio enriquecido.
Pero este no es un post sobre Rodrigo, sino sobre mí y sobre las cosas que puedo llegar a hacer cuando quiero acercarme a alguien que me interesa (con intenciones perversas casi siempre). Al principio mi síndrome de Zelig se manifestaba en el terreno de lo físico. Me apunté a un equipo de baloncesto para encestárselas a un chico del instituto pero nunca me pasaban el balón, estuve a punto de ahogarme haciendo snorkel para captar la atención de un buceador con el pelo rizado (no me pegaba nada, lo se), y aprendí en qué consistía la regla del fuera de juego para ver los partidos con un hincha del Deportivo de la Coruña. Eso no es todo, yo, tan dura, tan fría, tan despegada, fui capaz de tragarme la tercera edición de Gran Hermano para poder comentar las peleas que mantenían un pastor de cabras llamado Jacinto con una neurótica sevillana y su novio (un admirador de Aznar que necesitaba una ortodoncia urgente).
Luego empezaron a gustarme las tías y la cosa se suavizó un poco (o no). He hecho verdaderos esfuerzos por bailar con cierta gracia aunque, cuando de bailar se trata, siempre suelo terminar o dando cabezazos al aire o agarrada a algún cuello y dejando que me lleven. He aprendido un huevo de letras de canciones para poder tararearlas en el coche, he leído best sellers, he aprendido a cocinar. También he hecho otras cosas que no me atrevo a decir porque una cosa es despelotarse en el blog por las mañanas y otra quedar como una auténtica lerda a los ojos de todo el mundo.
Estos son mis pecados. Y tu, ¿qué harías por amor?
Besos.
Beta
El director de cine Rodrigo Sopeña, que es muy discreto y por eso se sorprenderá al ver su nombre aquí, me dijo el otro día que mi aparente dureza no era más que una pose ya que en realidad soy una cursi almibarada. No se si "cursi almibarada" fueron sus palabras exactas pero más o menos eso es lo que venía a decir. No me lo tomé a mal sino que me hizo gracia porque yo pienso que sus palabras eran una cuestión de estrategia. Le amenacé con mencionarle en el blog y me dijo que antes de hacer eso recordara que es una persona "desmesuradamente e irracionalmente vengativa" (esto sí que fue literal).
Yo no creo que Rodrigo, tan tímido él que prefiere que sea Piedrahita el que ponga la cara en las entrevistas, sea para nada vengativo, sino que, al igual que nos pasa a los demás, tiene cierto síndrome de "Zelig". Zelig (Woody Allen, Warner Bross 1983), cuenta la historia de Leonard Zelig, un tipo que para no sentirse excluído (en este caso sería más bien para sentirse incluído) se mimetiza con el paisaje que le rodea. Si lo que tiene a su alrededor son judíos le brotan tirabuzones en el pelo, si son negros su piel se le oscurece, si son matemáticos comienza a hablar compulsivamente de ecuaciones de tercer grado, si son físicos pontifica sobre el uranio enriquecido.
Pero este no es un post sobre Rodrigo, sino sobre mí y sobre las cosas que puedo llegar a hacer cuando quiero acercarme a alguien que me interesa (con intenciones perversas casi siempre). Al principio mi síndrome de Zelig se manifestaba en el terreno de lo físico. Me apunté a un equipo de baloncesto para encestárselas a un chico del instituto pero nunca me pasaban el balón, estuve a punto de ahogarme haciendo snorkel para captar la atención de un buceador con el pelo rizado (no me pegaba nada, lo se), y aprendí en qué consistía la regla del fuera de juego para ver los partidos con un hincha del Deportivo de la Coruña. Eso no es todo, yo, tan dura, tan fría, tan despegada, fui capaz de tragarme la tercera edición de Gran Hermano para poder comentar las peleas que mantenían un pastor de cabras llamado Jacinto con una neurótica sevillana y su novio (un admirador de Aznar que necesitaba una ortodoncia urgente).
Luego empezaron a gustarme las tías y la cosa se suavizó un poco (o no). He hecho verdaderos esfuerzos por bailar con cierta gracia aunque, cuando de bailar se trata, siempre suelo terminar o dando cabezazos al aire o agarrada a algún cuello y dejando que me lleven. He aprendido un huevo de letras de canciones para poder tararearlas en el coche, he leído best sellers, he aprendido a cocinar. También he hecho otras cosas que no me atrevo a decir porque una cosa es despelotarse en el blog por las mañanas y otra quedar como una auténtica lerda a los ojos de todo el mundo.
Estos son mis pecados. Y tu, ¿qué harías por amor?
Besos.
Beta
lunes, 4 de agosto de 2008
Japón
¿Hay alguien ahi?
Estos días la gente no deja de preguntarme dónde me voy de vacaciones. Esa no es una buena pregunta cuando se tienen por delante dos largos y calurosos meses de agosto y septiembre en Madrid. Una solución quiero.
Dicho y hecho. Abro el mail y escribo:
"Mariko soy Beta".
No hay respuesta.
"Mariko, guapa, soy Beta, ¿qué tal todo en Tokio?".
Nada.
"Mariko, te acuerdas de que cuando nos despedimos en el aeropuerto me dijiste lo bien que estaría que un día fuera a verte y que las puertas de tu casa siempre estarían abiertas para mi?... pues ese momento ha llegado".
"¡¡Beta!! he estado fuera unos días y acabo de ver tus mails. ¿De verdad vas a venir?", responde finalmente Mariko.
"¿Sigue en pie la invitación? (evidentemente solo me planteo ir si ella me acoge en su miniapartamento)".
"Claro" (¡¡¡Bien!!!!).
Me pongo a buscar billetes y encuentro uno con la British por 699 euros ida y vuelta, un chollo. Dos semanas a partir de la segunda semana de octubre. ¡¡Japón!! meca del sushi, de la tecnología (que me importa poco) y de las japonesas vestidas de colegialas con aire de lolitas góticas (que me importa más). He de ponerme al día en lo que a cultura japonesa se refiere así que me zambullo en el blog de Kirai.
Me entero de dos cosas:
Primera: En algún lugar de Japón existe una máquina expendedora de bragas usadas. No doy crédito, parece algo marciano pero en realidad no debe serlo tanto. Al parecer en Japón las bragas usadas tienen bastante salida ya que hay mucho fetichista dispuesto a pagar por ellas. Es curioso pero igual que hay sociedades en las que encuentras a críos que buscan el paraíso metiendo la nariz en un pañuelo impregnado con pegamento, hay otras en las que los viejos lo encuentran hundiendo la suya en un tanga manchado con los restos de la fiesta hormonal de una quinceañera (el mundo es tan diverso). Según leo, vender sus bragas usadas es la forma que tienen algunas japonesas para sacarse la pasta con que renovar su vestuario íntimo. Rebusco en mis cajones a ver de qué me puedo deshacer. Se lo cuento a Lorena (¿qué Lorena? hay muchas Lorenas) y me dice que si subastara mis bragas en Ebay seguro que me sacaba un pico. Le contesto que si ella subastara las suyas yo también pujaría.
Segunda: En Japón son típicos los "hoteles del amor". Leo una encuesta según la cual casi el cuarenta por ciento de los jóvenes japoneses acuden a los "hoteles del amor" para follar. Son hoteles cuyas habitaciones se alquilan por horas y no tienen ese toque sórdido que nosotros nos imaginamos. No se si tendré la oportunidad de visitar alguno, los japoneses no se manejan demasiado bien con el inglés y yo no soy precisamente Marcel Marceau.
Otra cosa (tercera): El yen cotiza como la peseta por lo que los cálculos a la hora de pagar serán sencillos.
¿Nadie más me pregunta dónde me voy de vacaciones?
Besos.
Beta
Estos días la gente no deja de preguntarme dónde me voy de vacaciones. Esa no es una buena pregunta cuando se tienen por delante dos largos y calurosos meses de agosto y septiembre en Madrid. Una solución quiero.
Dicho y hecho. Abro el mail y escribo:
"Mariko soy Beta".
No hay respuesta.
"Mariko, guapa, soy Beta, ¿qué tal todo en Tokio?".
Nada.
"Mariko, te acuerdas de que cuando nos despedimos en el aeropuerto me dijiste lo bien que estaría que un día fuera a verte y que las puertas de tu casa siempre estarían abiertas para mi?... pues ese momento ha llegado".
"¡¡Beta!! he estado fuera unos días y acabo de ver tus mails. ¿De verdad vas a venir?", responde finalmente Mariko.
"¿Sigue en pie la invitación? (evidentemente solo me planteo ir si ella me acoge en su miniapartamento)".
"Claro" (¡¡¡Bien!!!!).
Me pongo a buscar billetes y encuentro uno con la British por 699 euros ida y vuelta, un chollo. Dos semanas a partir de la segunda semana de octubre. ¡¡Japón!! meca del sushi, de la tecnología (que me importa poco) y de las japonesas vestidas de colegialas con aire de lolitas góticas (que me importa más). He de ponerme al día en lo que a cultura japonesa se refiere así que me zambullo en el blog de Kirai.
Me entero de dos cosas:
Primera: En algún lugar de Japón existe una máquina expendedora de bragas usadas. No doy crédito, parece algo marciano pero en realidad no debe serlo tanto. Al parecer en Japón las bragas usadas tienen bastante salida ya que hay mucho fetichista dispuesto a pagar por ellas. Es curioso pero igual que hay sociedades en las que encuentras a críos que buscan el paraíso metiendo la nariz en un pañuelo impregnado con pegamento, hay otras en las que los viejos lo encuentran hundiendo la suya en un tanga manchado con los restos de la fiesta hormonal de una quinceañera (el mundo es tan diverso). Según leo, vender sus bragas usadas es la forma que tienen algunas japonesas para sacarse la pasta con que renovar su vestuario íntimo. Rebusco en mis cajones a ver de qué me puedo deshacer. Se lo cuento a Lorena (¿qué Lorena? hay muchas Lorenas) y me dice que si subastara mis bragas en Ebay seguro que me sacaba un pico. Le contesto que si ella subastara las suyas yo también pujaría.
Segunda: En Japón son típicos los "hoteles del amor". Leo una encuesta según la cual casi el cuarenta por ciento de los jóvenes japoneses acuden a los "hoteles del amor" para follar. Son hoteles cuyas habitaciones se alquilan por horas y no tienen ese toque sórdido que nosotros nos imaginamos. No se si tendré la oportunidad de visitar alguno, los japoneses no se manejan demasiado bien con el inglés y yo no soy precisamente Marcel Marceau.
Otra cosa (tercera): El yen cotiza como la peseta por lo que los cálculos a la hora de pagar serán sencillos.
¿Nadie más me pregunta dónde me voy de vacaciones?
Besos.
Beta
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