Hola,
El PS1 es una especie de sucursal del MoMa. Está en Queens, lejos de los turistas sedientos de arte. Según entras escuchas la voz de alguien pidiendo auxilio. "!Aiutami, aiutami!", grita. No sabes de dónde viene. Miras tu alrededor pero no ves a nadie. Dudas si procede de radiador que tienes a tu derecha pero entonces te das cuenta de que hay un pequeño agujero en el suelo del tamaño de unos cuatro centímetros. Una de las maderas está rota y deja escapar una luz a través de ella. ¿Qué es eso? Te agachas y ves una diminuta pantalla en la que se ve a una mujer desnuda gritando socorro desesperadamente. Los visitantes se quedan mirando al suelo como si estuvieran buscando una lentilla. Es divertido.
A continuación hay una instalación de un argentino llamado Leandro Erlich que consiste en una piscina en la que puedes caminar bajo las aguas. Es una piscina a cuyo fondo se accede por unas escaleras. Cuando estás dentro ves un cristal sobre tu cabeza cubierto por unos centímetros de agua. Entonces, casi instintivamente, empiezas a mover los brazos como si estuvieras buceando para que quienes están fuera tengan esas sensación. Después de hacer el ganso durante un minuto sales con cara de eso: de haber hecho el ganso durante un minuto pero sabes que el que entra detrás de tí hará lo mismo.
El PS1 ocupa el edificio de un viejo colegio. No me queda claro si la decrepitud de sus escaleras es propia del tiempo o del diseño. Yo creo que de lo primero pero casi parece que fuera causa de lo segundo.
Echo de menos a un par de yonkis fumando crack y mirándome con los ojos vidriosos. Luego me veo una exposición de los sesenta y un suelo alfombrado coon vinilos.
No encuentro ninguno de Ramoncín ni de Victor Manuel.
A la salida me tropiezo con esta perspectiva del Chrysler. Me doy cuenta de que este tipo de apariciones son las que hacen que te enamores de esta ciudad.
Besos.
Beta
viernes, 29 de enero de 2010
martes, 26 de enero de 2010
Mío
Hola,
Supongo que Nueva York existe tantas veces como newyorkinos hay. Yo, por ejemplo, no he estado en el estadio de los Yankees o de los Mets a pesar de que en esta ciudad miles de personas viven por y para sus equipos de beisbol. Tampoco he estado en el Cotton Club. Ni en los cloisters. Ni he entrado en el Chrysler, porque no está permitido, ni me he muerto en las torres gemelas, porque cuando se cayeron yo estaba pintando de amarillo las paredes del primer piso al que me "emancipé" en el número trece de la calle Casto Plasencia de Madrid. Hay muchas Nueva York y nunca podremos conquistarlas por más que escuchemos "First we take Manhattan" en la voz de Leonard Cohen. Podrás alojarte en el Chelsea Hotel pero, resígnate, nunca te podrás tirar a Janis Joplin en una de sus habitaciones (ni falta que hace). Y sin embargo, no siendo de nadie, Nueva York es una ciudad que consigue ser de todos.
La primera vez que vine a esta ciudad me alojé en un apartamento cercano a Washington Square. Ahora, cuando vuelvo a pasar frente a él, no puedo evitar pensar que, aunque no fue más que por una semana, aquella fue mi casa. Más tarde estuve en la calle veinte, entre la octava y la novena, a una manzana de la casa en la que aún hoy vive Louise Bourgeois. Cada mañana saludaba a Frank, un gallego que llegó a la ciudad en los años cincuenta y que regenta una tienda de ultramarinos, y desayunaba en La Bergamota. Allí conocí a Jana, una chica de padres checos que esperaba convertirse en musa de algún director de cine mientras servía cruasanes y muffins. Esos sitios también fueron míos y cada vez que regreso a Nueva York vuelvo a pasar por ellos para ver si todo sigue tal como lo dejé. Es un comportamiento absurdo, sobre todo si tenemos en cuenta que Nueva York muda la piel casi con cada estación, pero responde a ese sentimiento de propiedad o de pertenencia que me lleva a considerar todos esos sitios un poco míos.
Ahora me estoy apoderando de Long Island City. Según los libros, esta parte de Queens, fue una ciudad independiente hasta hace poco más de un siglo. A pesar de que no soy más que una recién llegada soy capaz de sentirme como una estibadora esmirriada delante de las grúas de lo que debió ser el antiguo embarcadero de la ciudad.
Y aunque prefiero la Coca Cola a la Pepsi, delante de este cartel tengo mis dudas.
Besos.
Beta
Supongo que Nueva York existe tantas veces como newyorkinos hay. Yo, por ejemplo, no he estado en el estadio de los Yankees o de los Mets a pesar de que en esta ciudad miles de personas viven por y para sus equipos de beisbol. Tampoco he estado en el Cotton Club. Ni en los cloisters. Ni he entrado en el Chrysler, porque no está permitido, ni me he muerto en las torres gemelas, porque cuando se cayeron yo estaba pintando de amarillo las paredes del primer piso al que me "emancipé" en el número trece de la calle Casto Plasencia de Madrid. Hay muchas Nueva York y nunca podremos conquistarlas por más que escuchemos "First we take Manhattan" en la voz de Leonard Cohen. Podrás alojarte en el Chelsea Hotel pero, resígnate, nunca te podrás tirar a Janis Joplin en una de sus habitaciones (ni falta que hace). Y sin embargo, no siendo de nadie, Nueva York es una ciudad que consigue ser de todos.
La primera vez que vine a esta ciudad me alojé en un apartamento cercano a Washington Square. Ahora, cuando vuelvo a pasar frente a él, no puedo evitar pensar que, aunque no fue más que por una semana, aquella fue mi casa. Más tarde estuve en la calle veinte, entre la octava y la novena, a una manzana de la casa en la que aún hoy vive Louise Bourgeois. Cada mañana saludaba a Frank, un gallego que llegó a la ciudad en los años cincuenta y que regenta una tienda de ultramarinos, y desayunaba en La Bergamota. Allí conocí a Jana, una chica de padres checos que esperaba convertirse en musa de algún director de cine mientras servía cruasanes y muffins. Esos sitios también fueron míos y cada vez que regreso a Nueva York vuelvo a pasar por ellos para ver si todo sigue tal como lo dejé. Es un comportamiento absurdo, sobre todo si tenemos en cuenta que Nueva York muda la piel casi con cada estación, pero responde a ese sentimiento de propiedad o de pertenencia que me lleva a considerar todos esos sitios un poco míos.
Ahora me estoy apoderando de Long Island City. Según los libros, esta parte de Queens, fue una ciudad independiente hasta hace poco más de un siglo. A pesar de que no soy más que una recién llegada soy capaz de sentirme como una estibadora esmirriada delante de las grúas de lo que debió ser el antiguo embarcadero de la ciudad.
Y aunque prefiero la Coca Cola a la Pepsi, delante de este cartel tengo mis dudas.
Besos.
Beta
miércoles, 20 de enero de 2010
Newyorkismo
Hola,
Hace unos años ví una peli titulada "Un café en cualquier esquina". Contaba la historia de un famoso cantante pakistaní que emigraba a los Estados Unidos donde se ganaba la vida empujando un carrito de comida rápida por las avenidas de Nueva York. Suena bien, sobre todo cuando te imaginas que Ramoncín pudiera correr la misma suerte.
- ¿Coño Ramoncín, qué haces tú aquí?
- ¿Has dicho Ramoncín? ¡Pues a pagar! Ramoncín no es un nombre, es una marca, y no la puedes pronunciar en vano. Así que son cincuenta. Acepto tarjetas.
- A ver, es que no me has entendido... yo es que lo que quiero es un perrito. Con bastante ketchup por favor.
- Pues sólo me queda pollo frito.
- Pero si estoy viendo que ahí tienes perritos.
- Pero por los perritos no cobro derechos.
- Mira que si no me lo vendes me lo bajo de internet.
- ¡Al gobierno que vas!
El dueño del puesto me pregunta que qué quiero. ¿Cómo? Vuelvo, Ramoncín ya no está y un tipo con chaqueta marrón y piel oscura me pregunta que qué quiero. Respondo que un perrito caliente. "¿Eres de Pakistán?", pregunto. Me sonríe afirmativamente. Aún no sé porqué, supongo que porque es lo primero que se me pasa por la cabeza, pero le pregunto si cree que Bin Laden se refugia en las montañas de Pakistán. Me mira como si fuera una marciana. Me responde que "ese hijo de puta" vive en Afghanistán y me da el perrito con cierto desdén.
Al principio recelaba de la comida de esos puestos. "Vosotros no os meteréis en mi boca -pensaba-, que a saber qué manos os habrán tocado y en qué otras bocas os habréis metido". Luego me dí cuenta de que esa era una postura demasiado remilgada y que así no se puede ir por la vida. Se empieza por eso y se acaba siendo violada cada tarde por tu tío Günter en una colonia menonita. Así que me pongo ketchup en cantidad.
Enric González cuenta que en una ocasión bajó al sótano de un chino de Five Points y decidió dejar de ir a los chinos durante una temporada. No voy a decir que no tenga razón, médicamente hablando, pero creo que a los sitios hay que ir con todas las consecuencias, y si hay que morir se muere, en este caso de newyorkismo.
Besos.
Beta
Hace unos años ví una peli titulada "Un café en cualquier esquina". Contaba la historia de un famoso cantante pakistaní que emigraba a los Estados Unidos donde se ganaba la vida empujando un carrito de comida rápida por las avenidas de Nueva York. Suena bien, sobre todo cuando te imaginas que Ramoncín pudiera correr la misma suerte.
- ¿Coño Ramoncín, qué haces tú aquí?
- ¿Has dicho Ramoncín? ¡Pues a pagar! Ramoncín no es un nombre, es una marca, y no la puedes pronunciar en vano. Así que son cincuenta. Acepto tarjetas.
- A ver, es que no me has entendido... yo es que lo que quiero es un perrito. Con bastante ketchup por favor.
- Pues sólo me queda pollo frito.
- Pero si estoy viendo que ahí tienes perritos.
- Pero por los perritos no cobro derechos.
- Mira que si no me lo vendes me lo bajo de internet.
- ¡Al gobierno que vas!
El dueño del puesto me pregunta que qué quiero. ¿Cómo? Vuelvo, Ramoncín ya no está y un tipo con chaqueta marrón y piel oscura me pregunta que qué quiero. Respondo que un perrito caliente. "¿Eres de Pakistán?", pregunto. Me sonríe afirmativamente. Aún no sé porqué, supongo que porque es lo primero que se me pasa por la cabeza, pero le pregunto si cree que Bin Laden se refugia en las montañas de Pakistán. Me mira como si fuera una marciana. Me responde que "ese hijo de puta" vive en Afghanistán y me da el perrito con cierto desdén.
Al principio recelaba de la comida de esos puestos. "Vosotros no os meteréis en mi boca -pensaba-, que a saber qué manos os habrán tocado y en qué otras bocas os habréis metido". Luego me dí cuenta de que esa era una postura demasiado remilgada y que así no se puede ir por la vida. Se empieza por eso y se acaba siendo violada cada tarde por tu tío Günter en una colonia menonita. Así que me pongo ketchup en cantidad.
Enric González cuenta que en una ocasión bajó al sótano de un chino de Five Points y decidió dejar de ir a los chinos durante una temporada. No voy a decir que no tenga razón, médicamente hablando, pero creo que a los sitios hay que ir con todas las consecuencias, y si hay que morir se muere, en este caso de newyorkismo.
Besos.
Beta
lunes, 18 de enero de 2010
La raza superior
Hola,
(...) Voy en el taxi de Yael. Me acaba de preguntar dónde quiero ir y le acabo de responder que dónde quiere ir él. Conduce. Queens es un lugar de casas bajas y antiguas fábricas. No hay demasiada gente por la calle. Conduce. Pienso en la limo que fotografié ayer junto a Central Park. Habría necesitado un gran angular para que me cupiera entera.
Nunca he subido en una limusina pero estoy a punto de hacerlo. Una limusina negra, capaz de ponerme de cero a cien en menos de diez segundos. Estoy segura de que si el mundo se gobernara con los pantalones bajados estaría gobernado por negros. Supongo que fue un momento de distracción o de confianza excesiva por sentirse una raza superior, pero no acabo de entender como, en un momento dado de la historia, se dejaron apresar, esclavizar y explotar hasta perder su autoestima. Hoy las cosas han cambiado y vivimos en la era del yes, they can.
Ha llegado la hora. He esparado veintiséis años para esto. Me siento como cuando era niña abriendo los regalos de reyes. No entiendo a la gente que abre los paquetes cuidadosamente, mimando el envoltorio, con cuidado de no romperlo. Yo soy mucho más salvaje, prefiero dejar la habitación arrasada, como si acabara de pasar un huracán. Estoy ansiosa. ¿Necesitaré un gran angular para que me quepa entera?
¿Esto es todo? Disraeli dijo que existían tres tipos de mentiras: las mentiras, las grandes mentiras y las mentiras estadísticas. Me temo que acabo de ser víctima de una de las terceras. Quizás me esté liando con el sistema métrico, con la conversión de inches a centímetros pero, a primera vista, esto se parece mucho más a un utilitario que a una limusina. Mis especulaciones sobre la raza superior acaban de quedarse en nada.
Besos.
Beta
(...) Voy en el taxi de Yael. Me acaba de preguntar dónde quiero ir y le acabo de responder que dónde quiere ir él. Conduce. Queens es un lugar de casas bajas y antiguas fábricas. No hay demasiada gente por la calle. Conduce. Pienso en la limo que fotografié ayer junto a Central Park. Habría necesitado un gran angular para que me cupiera entera.
Nunca he subido en una limusina pero estoy a punto de hacerlo. Una limusina negra, capaz de ponerme de cero a cien en menos de diez segundos. Estoy segura de que si el mundo se gobernara con los pantalones bajados estaría gobernado por negros. Supongo que fue un momento de distracción o de confianza excesiva por sentirse una raza superior, pero no acabo de entender como, en un momento dado de la historia, se dejaron apresar, esclavizar y explotar hasta perder su autoestima. Hoy las cosas han cambiado y vivimos en la era del yes, they can.
Ha llegado la hora. He esparado veintiséis años para esto. Me siento como cuando era niña abriendo los regalos de reyes. No entiendo a la gente que abre los paquetes cuidadosamente, mimando el envoltorio, con cuidado de no romperlo. Yo soy mucho más salvaje, prefiero dejar la habitación arrasada, como si acabara de pasar un huracán. Estoy ansiosa. ¿Necesitaré un gran angular para que me quepa entera?
¿Esto es todo? Disraeli dijo que existían tres tipos de mentiras: las mentiras, las grandes mentiras y las mentiras estadísticas. Me temo que acabo de ser víctima de una de las terceras. Quizás me esté liando con el sistema métrico, con la conversión de inches a centímetros pero, a primera vista, esto se parece mucho más a un utilitario que a una limusina. Mis especulaciones sobre la raza superior acaban de quedarse en nada.
Besos.
Beta
jueves, 14 de enero de 2010
Yael, de profesión taxista
Hola,
En este preciso instante, un senegalés llamado Yael, conduce un taxi por Manhattan pensando que todas las españolas somos unas zorras cachondas hambrientas de pollas de color chocolate. No sé si tiene razón pero sí sé que tiene un motivo para pensar así: Yo.
Encontré a Yael en el aeropuerto el mismo día de mi llegada. El esperaba una clienta y yo buscaba quien me llevara a la esquina de Vernon Blvd con la 47. Siempre que cojo un taxi pienso que me están timando y en esta ocasión no fué diferente. Cruzamos frente al enorme cementerio de Flushing Meadows sin que yo pudiera apartar los ojos del taxímetro. Me habían dicho que la carrera debía costarme entre cuarenta y cuarenta y cinco dólares pero cuando el taxímetro marcaba treinta y dos el coche se detuvo. No podía creerlo. "Thirty two?", pregunté sorprendida. El taxista asintió. Calculé cuatro dólares de propina pero le dí ocho. Al ver los dos billetes con el rostro del presidente Jackson, Yael me enseñó sus blanquísimos dientes africanos y me dijo que si volvía a necesitar un taxi le telefoneara al número de la tarjeta.
La primera noche no pude dormir. Dicen que hay remedios contra el jet lag pero yo no los conozco. Cierras los ojos y te esfuerzas en dormir un poquito más. No hay manera. Entonces la cabeza empieza a darte vueltas y sin saber cómo te topas con la imagen del taxista senegalés. Te subes a su taxi y a mitad de camino se detiene en un descampado. Se baja los pantalones y antes de que te viole te lo follas tú a él. Das vueltas en la cama intentando dormir. Tienes su número de teléfono en el bolso. Cierras los ojos y piensas en otra cosa.
Isamo Noguchi fue un escultor japonés del siglo pasado. En Queens, cerca de las marmolerías con las que trabajaba, tuvo su último taller. Hoy ese taller es un museo y una fundación. Llegar hasta allí no es fácil, el metro queda a una tirada y el único autobús que pasa por la zona no llega nunca. A la salida nieva y hace frío. Podría caminar hasta el metro pero corro el riesgo de congelarme o de ser asaltada por una banda de coreanos. También tengo el teléfono de Yael y una excusa para llamarle. Pruebo.
Yael me identifica nada más escucharme. Le digo dónde estoy y me dice que cuando nieva prefiere no coger el taxi. Además vive en el Bronx y cree que, por unos dólares, el viaje no le merece la pena, que quizás por algo mas... ¿Algo más? ¿a qué se refiere? ¿algo más de dinero? ¿algo más de propina?
(Ultimamente he optado por la táctica de decir las cosas tal y como se me pasan por la cabeza, sin andarme con rodeos. El camino más corto entre dos puntos es la línea recta y eso es lo que yo hago, voy derechita. Esta actitud suele pillar a la gente de improviso, sin una respuesta preparada pero, por lo general, me da buenos resultados)
(...) ¿Algo más? ¿algo más de dinero? ¿algo más de propina? ¿what about a blowjob? Yael se queda seco, como si lo que acabara de escuchar no fuera lo que acaba de escuchar. Titubea y me pregunta dónde estoy exactamente. Se lo digo. Dice que tardará más de media hora. Le digo que no se preocupe, que puedo hacer tiempo en el museo. Me detengo frente a esta escultura.
No es una escultura propiamente fálica aunque, dadas mis circunstancias, eso es lo que me parece. Al rato llega. No me atrevo a mirarle a los ojos. El tampoco. Quizás piense que todo es una confusión. Quizás estemos lost in traslation. Quizás se lo tome como una broma. No pasaría nada si fuera así. Tampoco yo estoy segura de lo que voy a hacer. Entonces me pregunta que dónde quiero ir y yo le contesto que dónde quiere ir él. Parece nervioso. Yo también lo estoy aunque no se me note. Si fuera Muñoz Molina escribiría que "vine a Nueva York a follarme a un negro al que no había visto nunca". Si fuera Robert Beck tendría una colección de frases que empezaran por "mueve tu negro culo". No soy ninguno de los dos y, simplemente, es la primera vez que voy en un taxi sin prestarle atención al taxímetro (...).
Besos.
Beta
(Este post también ha sido publicado en CL Mag, una revista cultural on line donde colaboro porque me lo pidió Laura "pintamonadas", una de las mejores ilustradoras españolas vivas y a quien ni he sabido ni he podido ni he querido decir que no)
En este preciso instante, un senegalés llamado Yael, conduce un taxi por Manhattan pensando que todas las españolas somos unas zorras cachondas hambrientas de pollas de color chocolate. No sé si tiene razón pero sí sé que tiene un motivo para pensar así: Yo.
Encontré a Yael en el aeropuerto el mismo día de mi llegada. El esperaba una clienta y yo buscaba quien me llevara a la esquina de Vernon Blvd con la 47. Siempre que cojo un taxi pienso que me están timando y en esta ocasión no fué diferente. Cruzamos frente al enorme cementerio de Flushing Meadows sin que yo pudiera apartar los ojos del taxímetro. Me habían dicho que la carrera debía costarme entre cuarenta y cuarenta y cinco dólares pero cuando el taxímetro marcaba treinta y dos el coche se detuvo. No podía creerlo. "Thirty two?", pregunté sorprendida. El taxista asintió. Calculé cuatro dólares de propina pero le dí ocho. Al ver los dos billetes con el rostro del presidente Jackson, Yael me enseñó sus blanquísimos dientes africanos y me dijo que si volvía a necesitar un taxi le telefoneara al número de la tarjeta.
La primera noche no pude dormir. Dicen que hay remedios contra el jet lag pero yo no los conozco. Cierras los ojos y te esfuerzas en dormir un poquito más. No hay manera. Entonces la cabeza empieza a darte vueltas y sin saber cómo te topas con la imagen del taxista senegalés. Te subes a su taxi y a mitad de camino se detiene en un descampado. Se baja los pantalones y antes de que te viole te lo follas tú a él. Das vueltas en la cama intentando dormir. Tienes su número de teléfono en el bolso. Cierras los ojos y piensas en otra cosa.
Isamo Noguchi fue un escultor japonés del siglo pasado. En Queens, cerca de las marmolerías con las que trabajaba, tuvo su último taller. Hoy ese taller es un museo y una fundación. Llegar hasta allí no es fácil, el metro queda a una tirada y el único autobús que pasa por la zona no llega nunca. A la salida nieva y hace frío. Podría caminar hasta el metro pero corro el riesgo de congelarme o de ser asaltada por una banda de coreanos. También tengo el teléfono de Yael y una excusa para llamarle. Pruebo.
Yael me identifica nada más escucharme. Le digo dónde estoy y me dice que cuando nieva prefiere no coger el taxi. Además vive en el Bronx y cree que, por unos dólares, el viaje no le merece la pena, que quizás por algo mas... ¿Algo más? ¿a qué se refiere? ¿algo más de dinero? ¿algo más de propina?
(Ultimamente he optado por la táctica de decir las cosas tal y como se me pasan por la cabeza, sin andarme con rodeos. El camino más corto entre dos puntos es la línea recta y eso es lo que yo hago, voy derechita. Esta actitud suele pillar a la gente de improviso, sin una respuesta preparada pero, por lo general, me da buenos resultados)
(...) ¿Algo más? ¿algo más de dinero? ¿algo más de propina? ¿what about a blowjob? Yael se queda seco, como si lo que acabara de escuchar no fuera lo que acaba de escuchar. Titubea y me pregunta dónde estoy exactamente. Se lo digo. Dice que tardará más de media hora. Le digo que no se preocupe, que puedo hacer tiempo en el museo. Me detengo frente a esta escultura.
No es una escultura propiamente fálica aunque, dadas mis circunstancias, eso es lo que me parece. Al rato llega. No me atrevo a mirarle a los ojos. El tampoco. Quizás piense que todo es una confusión. Quizás estemos lost in traslation. Quizás se lo tome como una broma. No pasaría nada si fuera así. Tampoco yo estoy segura de lo que voy a hacer. Entonces me pregunta que dónde quiero ir y yo le contesto que dónde quiere ir él. Parece nervioso. Yo también lo estoy aunque no se me note. Si fuera Muñoz Molina escribiría que "vine a Nueva York a follarme a un negro al que no había visto nunca". Si fuera Robert Beck tendría una colección de frases que empezaran por "mueve tu negro culo". No soy ninguno de los dos y, simplemente, es la primera vez que voy en un taxi sin prestarle atención al taxímetro (...).
Besos.
Beta
(Este post también ha sido publicado en CL Mag, una revista cultural on line donde colaboro porque me lo pidió Laura "pintamonadas", una de las mejores ilustradoras españolas vivas y a quien ni he sabido ni he podido ni he querido decir que no)
lunes, 11 de enero de 2010
Cacahuetes
Hola,
Estoy en medio de la nada. En el más absoluto de los silencios. Pasa frente a mí una de esas bolas de polvo que, a veces, cruzan la pantalla en las películas del oeste. Estoy dentro de la cabeza de Chenoa. De repente veo acercarse a una banda de piratas montados a caballo y armados con sus ordenadores personales en los que se descargan impunemente películas en las que yo no participo y discos que no son míos. Siento un inmenso odio hacia ellos. Descuelgo el teléfono, llamo a González Sinde y ella envía una furgoneta cargada de policías. Los piratas, al verlos, salen corriendo en sus caballos. Algunos pierden sus ordenadores en la precipitada huída. Los policías golpean con sus porras los ordenadores que han quedado en el suelo hasta hacerlos desaparecer.
Luego aparece un coche negro con las lunas tintadas. Se detiene frente a mí. Se abre la puerta y se baja un productor. Saca un cacahuete del bolsillo y me lo da. Lo abro y guauuuu, ¡tres semillitas de cacahuete redonditas! Hoy es mi día de suerte.
El productor se mete en el Salón del oeste que está a mis espaldas. Me como mi cacahuete y entro tras él. Está sentado en una mesa tomándose un Whisky. Me ve. "¿Sabes lo que es esto?", me dice. Respondo que no con la cabeza. "Un DVD. Aquí cabe una película entera. ¿Sabes lo que a mí me cuesta esto?", pregunta. Vuelvo a poner cara de que no. "Un euro. ¿Qué digo? Menos de un euro. ¿Y sabes por cuanto lo vendo? Por quince. ¿Te parece un buen negocio? ¿Verdad que sí? Pues esos hijos de puta quieren acabar con mi negocio. Pero tú y yo se lo vamos a impedir, ¿verdad bonita? Tú, yo y nuestro amigo Jose Luis. ¿Sabes quién es Jose Luis? Eso, el que manda, muy bien". Se bebe el whisky de un trago y le pide al camarero que le rellene el vaso. El camarero obedece.
"Sabes lo que tú tienes que decir, ¿verdad? Sabes que tienes que decir que los piratas están acabando con la creación, con la cultura, con los artistas... porque tú eres artista, ¿verdad? ¿y verdad que están acabando contigo? porque si acaban con mi negocio acaban contigo, ¿verdad? ¿verdad que lo entiendes?". Se saca otro cacahuete y me lo arroja. Yo lo abro ansiosa pero esta vez solo tiene dos semillitas dentro. Me pongo un poquito triste. "Ahora lo entiendes, ¿verdad?". Yo asiento con la cabeza aunque lo único en lo que pienso es que el último cacahuete solo tenía dos semillitas en vez de tres. "¿Sabes lo que voy a hacer? Voy a salir ahi fuera, y ¿ves todo ese desierto? Pues ahí voy a hacer un parque temático para que jueguen los niños. ¿Verdad que te parece bien? Y también voy a hacer un rascacielos de trescientas plantas, el más grande del mundo, y lo voy a hacer sin internet. Porque internet es malo. Porque en internet hay piratas malos que quieren robarnos la música para todo el mundo se quede en silencio".
"¿Te acuerdas cuando no había DVD´s? ¿Y cuando no había CD´s de música y la gente se compraba una cosa llamada vinilos? ¿Sabes cuánto costaba producir un vinilo? Entonces ganábamos muy poquito. Ahora no, ahora vendemos la música en CD´s y las películas en DVD´s. Para que luego digan que no somos listos. Las películas también se las vendemos a las televisiones pero en la televisión no hay quien vea una película. Las televisiones las doblan, las llenan de publicidad, ponen rotulitos por debajo anunciando el programa siguiente. Las televisiones se mean en las películas. ¿Y sabes lo que a mí me importa eso? Pues a mí eso me importa mierda. ¿Y sabes porqué me importa una mierda? Pues es muy fácil: me importa una mierda porque las televisiones me pagan dinerito y con ese dinerito te puedo comprar cacahuetes, ¿lo entiendes?"
"Es que el último cacahuete que me ha dado solo tenía dos", digo. Se sonríe, me acaricia el pelo y me lanza un cacahuete grande, con cuatro cacahuetes redonditos dentro. Soy tan feliz.
"Tú sabes que yo he empezado de muy abajo. Que mi abuelo fue picador allá en la mina, y que un día unos señores cerraron la mina en la que trabajaba porque habían inventado otras fuentes de energía más baratas y más limpias. Y los hijos de puta nos cerraron la mina, y yo me estoy cagando en los putos paneles solares de los cojones. ¿Me estás entendiendo lo que te digo? ¡Putos paneles solares! ¿Y sabes quienes fueron? Los piratas, que primero acabaron con la mina de mi abuelo y ahora quieren acabar con la mía. ¿Y sabes lo que vamos a hacer? Pues lo vamos a impedir, y tú vas a tener todos los cacahuetes que quieras, porque tú no vas a hacer caso a todos esos que dicen que internet sirve para difundir la cultura, porque tú sabes lo que a mí me importa la difusión de la cultura ¿Verdad, verdad que lo sabes? Exacto, una mierda. Porque a mí la cultura sólo me importa si me pagan mi dinerito, y a tí también, porque a tí te gustan los cacahuetes. Y los cacahuetes te los doy yo. ¿A que lo estás entendiendo?". Respondo que sí, siempre respondo que sí.
Fin de la historia.
Besos.
Beta
(No me gusta demasiado lo que acabo de escribir. En realidad yo quería escribir un post titulado Teddy el pocero donde explicar que la industria cultural, como otras industrias, está desde hace un tiempo dominada por un hatajo de especuladores. Quería explicar que la "piratería" es nuestra mejor arma para librarnos de ellos. Quería explicar que los autores, por lo general, están más preocupados por la distribución de su obra que por su comercialización. Quería hablar de los lobbys, del lobby de las farmaceuticas que hacen que los gobiernos se hinchen a comprar vacunas para una pandemia que no existe y del lobby de los "artistas" que pretenden que el gobierno apueste por proteger un modelo de negocio que ha sido superado por los avances tecnológicos. Quería hablar de si Zapatero condenará a nuestro país al atraso por hacer caso a un grupo de "artistas" que hace mucho dejaron de serlo. Quería explicar todas esas cosas pero no me apetece adoctrinar a nadie).
Estoy en medio de la nada. En el más absoluto de los silencios. Pasa frente a mí una de esas bolas de polvo que, a veces, cruzan la pantalla en las películas del oeste. Estoy dentro de la cabeza de Chenoa. De repente veo acercarse a una banda de piratas montados a caballo y armados con sus ordenadores personales en los que se descargan impunemente películas en las que yo no participo y discos que no son míos. Siento un inmenso odio hacia ellos. Descuelgo el teléfono, llamo a González Sinde y ella envía una furgoneta cargada de policías. Los piratas, al verlos, salen corriendo en sus caballos. Algunos pierden sus ordenadores en la precipitada huída. Los policías golpean con sus porras los ordenadores que han quedado en el suelo hasta hacerlos desaparecer.
Luego aparece un coche negro con las lunas tintadas. Se detiene frente a mí. Se abre la puerta y se baja un productor. Saca un cacahuete del bolsillo y me lo da. Lo abro y guauuuu, ¡tres semillitas de cacahuete redonditas! Hoy es mi día de suerte.
El productor se mete en el Salón del oeste que está a mis espaldas. Me como mi cacahuete y entro tras él. Está sentado en una mesa tomándose un Whisky. Me ve. "¿Sabes lo que es esto?", me dice. Respondo que no con la cabeza. "Un DVD. Aquí cabe una película entera. ¿Sabes lo que a mí me cuesta esto?", pregunta. Vuelvo a poner cara de que no. "Un euro. ¿Qué digo? Menos de un euro. ¿Y sabes por cuanto lo vendo? Por quince. ¿Te parece un buen negocio? ¿Verdad que sí? Pues esos hijos de puta quieren acabar con mi negocio. Pero tú y yo se lo vamos a impedir, ¿verdad bonita? Tú, yo y nuestro amigo Jose Luis. ¿Sabes quién es Jose Luis? Eso, el que manda, muy bien". Se bebe el whisky de un trago y le pide al camarero que le rellene el vaso. El camarero obedece.
"Sabes lo que tú tienes que decir, ¿verdad? Sabes que tienes que decir que los piratas están acabando con la creación, con la cultura, con los artistas... porque tú eres artista, ¿verdad? ¿y verdad que están acabando contigo? porque si acaban con mi negocio acaban contigo, ¿verdad? ¿verdad que lo entiendes?". Se saca otro cacahuete y me lo arroja. Yo lo abro ansiosa pero esta vez solo tiene dos semillitas dentro. Me pongo un poquito triste. "Ahora lo entiendes, ¿verdad?". Yo asiento con la cabeza aunque lo único en lo que pienso es que el último cacahuete solo tenía dos semillitas en vez de tres. "¿Sabes lo que voy a hacer? Voy a salir ahi fuera, y ¿ves todo ese desierto? Pues ahí voy a hacer un parque temático para que jueguen los niños. ¿Verdad que te parece bien? Y también voy a hacer un rascacielos de trescientas plantas, el más grande del mundo, y lo voy a hacer sin internet. Porque internet es malo. Porque en internet hay piratas malos que quieren robarnos la música para todo el mundo se quede en silencio".
"¿Te acuerdas cuando no había DVD´s? ¿Y cuando no había CD´s de música y la gente se compraba una cosa llamada vinilos? ¿Sabes cuánto costaba producir un vinilo? Entonces ganábamos muy poquito. Ahora no, ahora vendemos la música en CD´s y las películas en DVD´s. Para que luego digan que no somos listos. Las películas también se las vendemos a las televisiones pero en la televisión no hay quien vea una película. Las televisiones las doblan, las llenan de publicidad, ponen rotulitos por debajo anunciando el programa siguiente. Las televisiones se mean en las películas. ¿Y sabes lo que a mí me importa eso? Pues a mí eso me importa mierda. ¿Y sabes porqué me importa una mierda? Pues es muy fácil: me importa una mierda porque las televisiones me pagan dinerito y con ese dinerito te puedo comprar cacahuetes, ¿lo entiendes?"
"Es que el último cacahuete que me ha dado solo tenía dos", digo. Se sonríe, me acaricia el pelo y me lanza un cacahuete grande, con cuatro cacahuetes redonditos dentro. Soy tan feliz.
"Tú sabes que yo he empezado de muy abajo. Que mi abuelo fue picador allá en la mina, y que un día unos señores cerraron la mina en la que trabajaba porque habían inventado otras fuentes de energía más baratas y más limpias. Y los hijos de puta nos cerraron la mina, y yo me estoy cagando en los putos paneles solares de los cojones. ¿Me estás entendiendo lo que te digo? ¡Putos paneles solares! ¿Y sabes quienes fueron? Los piratas, que primero acabaron con la mina de mi abuelo y ahora quieren acabar con la mía. ¿Y sabes lo que vamos a hacer? Pues lo vamos a impedir, y tú vas a tener todos los cacahuetes que quieras, porque tú no vas a hacer caso a todos esos que dicen que internet sirve para difundir la cultura, porque tú sabes lo que a mí me importa la difusión de la cultura ¿Verdad, verdad que lo sabes? Exacto, una mierda. Porque a mí la cultura sólo me importa si me pagan mi dinerito, y a tí también, porque a tí te gustan los cacahuetes. Y los cacahuetes te los doy yo. ¿A que lo estás entendiendo?". Respondo que sí, siempre respondo que sí.
Fin de la historia.
Besos.
Beta
(No me gusta demasiado lo que acabo de escribir. En realidad yo quería escribir un post titulado Teddy el pocero donde explicar que la industria cultural, como otras industrias, está desde hace un tiempo dominada por un hatajo de especuladores. Quería explicar que la "piratería" es nuestra mejor arma para librarnos de ellos. Quería explicar que los autores, por lo general, están más preocupados por la distribución de su obra que por su comercialización. Quería hablar de los lobbys, del lobby de las farmaceuticas que hacen que los gobiernos se hinchen a comprar vacunas para una pandemia que no existe y del lobby de los "artistas" que pretenden que el gobierno apueste por proteger un modelo de negocio que ha sido superado por los avances tecnológicos. Quería hablar de si Zapatero condenará a nuestro país al atraso por hacer caso a un grupo de "artistas" que hace mucho dejaron de serlo. Quería explicar todas esas cosas pero no me apetece adoctrinar a nadie).
lunes, 4 de enero de 2010
Queens
Hola,
Una buena forma de sobrevivir a una ruptura es mudarte de continente. Puede parecer demasiado radical pero, después de comprobar que tus promesas de amor eterno no fueron para tanto, poner tierra de por medio puede ser la más lógica de las salidas. Cambiarte de contienente tiene la ventaja de que impide que te encuentres con los amigos comunes de los que la mitad te compadecerá y la otra mitad te reconocerá como la gran hijadeputa que siempre has sido. Ninguna de las dos opciones me convence.
Si el mundo fuera como lo describen las películas, Nueva York podría ser el lugar perfecto para empezar una nueva vida. Reconozco que llegué aquí con esa idea en la cabeza pero, una vez tanteado el terreno, las cosas no son tan fáciles. De momento veo Manhattan desde Queens y desayuno en un diner llamado Dorian. El dueño es un americano de segunda generación que sigue comunicándose en griego con su familia. No me lo ha dicho directamente pero creo que estaría dispuesto a contratarme para poner café a los clientes. Le caigo simpática, dice que "si no estuviera tan flaca podría pasar por griega". Pero claro, en las películas las camareras de los diners son señoras de cincuenta años con las uñas largas pintadas de color rosa, divorciadas de un marido maltratador y madres de un niño de catorce años que da sus primeros pasos en la pandilla del barrio. En las películas, las camareras de los diners suelen vivir en una roulotte donde un caniche las espera vestido con un sueter de punto. De momento no me veo así por mucho que el dueño intente convencerme recordándome la fortuna que podría sacarme en propinas.
Estos días Nueva York está de bote en bote. Un ejército de fotógrafos aficionados se dedica a retratar cuanto motivo navideño les sale al paso. Entre eso y el frío polar que hace Manhattan se convierte en un lugar no tan apetecible.
Besos.
Beta
Una buena forma de sobrevivir a una ruptura es mudarte de continente. Puede parecer demasiado radical pero, después de comprobar que tus promesas de amor eterno no fueron para tanto, poner tierra de por medio puede ser la más lógica de las salidas. Cambiarte de contienente tiene la ventaja de que impide que te encuentres con los amigos comunes de los que la mitad te compadecerá y la otra mitad te reconocerá como la gran hijadeputa que siempre has sido. Ninguna de las dos opciones me convence.
Si el mundo fuera como lo describen las películas, Nueva York podría ser el lugar perfecto para empezar una nueva vida. Reconozco que llegué aquí con esa idea en la cabeza pero, una vez tanteado el terreno, las cosas no son tan fáciles. De momento veo Manhattan desde Queens y desayuno en un diner llamado Dorian. El dueño es un americano de segunda generación que sigue comunicándose en griego con su familia. No me lo ha dicho directamente pero creo que estaría dispuesto a contratarme para poner café a los clientes. Le caigo simpática, dice que "si no estuviera tan flaca podría pasar por griega". Pero claro, en las películas las camareras de los diners son señoras de cincuenta años con las uñas largas pintadas de color rosa, divorciadas de un marido maltratador y madres de un niño de catorce años que da sus primeros pasos en la pandilla del barrio. En las películas, las camareras de los diners suelen vivir en una roulotte donde un caniche las espera vestido con un sueter de punto. De momento no me veo así por mucho que el dueño intente convencerme recordándome la fortuna que podría sacarme en propinas.
Estos días Nueva York está de bote en bote. Un ejército de fotógrafos aficionados se dedica a retratar cuanto motivo navideño les sale al paso. Entre eso y el frío polar que hace Manhattan se convierte en un lugar no tan apetecible.
Besos.
Beta
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