martes, 6 de abril de 2010

La Pasión según Benedicto

Hola,

Lo prometido es deuda.

(1)

Seis cuarenta y cinco de la mañana. Benedicto se sienta en un sillón con doce siglos de historia forrado con terciopelo rojo. Tiene un aire preocupado. Pues claro, claro que hice la vista gorda. Eso es lo que se hacía, la vista gorda. No digo que sus actos no pudieran ser considerados como abusos pero llevamos siglos conviviendo con los abusos y nunca ha sucedido nada. Nuestro propio negocio, el negocio de la iglesia, está basado en eso, en los abusos. Abusamos del miedo y abusamos de nuestro poder. Convencemos a la gente de la existencia del pecado, de la culpa, del demonio, del infierno, del fuego eterno, los amedrentamos y abusamos de ellos convirtiéndoles en obedientes corderitos de los que podernos lucrar. ¿Son eso abusos? Claro que lo son, pero llevamos más de veinte siglos así, la gente debería haberse acostumbrado, tiempo ha tenido. ¿Hice mal? Es posible. Todo el mundo se equivoca. Quizás debí ponerme en la piel de aquellos doscientos niños, pero también podría ponerme en la piel de los millones que cada año mueren de hambre y de enfermedades que entre todos podríamos combatir. Podría ponerme en el lugar de todos ellos pero no soy Dios. Soy el Papa, no Dios. Si tuviera el poder para terminar con el mal en el mundo lo haría, pero no lo tengo. Así que lo único que puedo hacer es acostumbrarme a lo que tenemos. A pesar de todo el mundo es un buen lugar para vivir y no creo que haya que cambiarlo. Dentro de unos días voy a cumplir ochenta y cuatro años. ¿Qué pretenden que haga un anciano de mi edad?

(2)

Ocho y veintitrés de la mañana. El Papa termina de desayunar un café con leche, un zumo de naranja y un pedazo de bizcocho de pasas recién hecho. También se ha tomado ocho pastillas que le ayudan a conservar su salud. Regresa al despacho. Quizás si me confesara me sentiría mejor. No me gusta estar en la portada del New York Times por este tipo de cosas y, aunque creo que no tienen razón y que me han convertido en su cabeza de turco, no puedo desprenderme de cierto sentimiento de culpa por lo que hice. O por lo que no hice. Pero aquí no. No me fío de nadie. Me gustaría poder confesarme anónimamente, como un fiel más. El Palacio se ha convertido en una prisión. Vivo en una cárcel dorada. Echo de menos cuando no era así. Recuerdo aquel Camino de Santiago, aquella peregrinación anónima, durmiendo en albergues, viviendo de la hospitalidad, firmando como Benedicto en vez de como Joseph, no fuera que alguien me reconociera. Y ahora que soy Benedicto me gustaría volver a ser Joseph, aunque no fuera más que por un tiempo, un breve lapso de tiempo. Pero es tan difícil salir de aquí sin ser visto. Tendría que disfrazarme, vestirme de calle, con traje, con corbata, con un peinado diferente quizás. Puede que en la habitación donde están almacenadas todas mis cosas anteriores al pontificado encuentre algo que me sirva. Creo recordar que había algunos trajes.

Diez horas, cuarenta y dos minutos. ¿Cuánto tiempo lleva esto aquí. Cuánto tiempo llevan cerradas las puertas de estos armarios? Dentro de unos días seis años. Seis años de papado. Cómo pasa el tiempo. No creo que nada de esto me sirva a día de hoy pero es mi única posibilidad. Joder, cómo he engordado, se nota que ya no me muevo. Con lo que a mí me gustaba pasear... esa es otra de las cosas que no puedo hacer aquí. No consigo abrocharme pero quizás podría sujetarme los pantalones con el cinturón. Sí, es evidente que van desabrochados pero nadie tiene porqué fijarse, la gente no se fija en esos detalles, soy un anciano de ochenta y cuatro años, ¿quién se va a fijar en cómo voy vestido? La americana casi no me deja respirar pero también puede ir desabrochada, eso sí que no importa. Además así resalta más la corbata. La clave está en la corbata. Nadie se imagina a un Papa con corbata. Eso sí, hay que reconocer que lo mejor de ser Papa es que puedo llevar la ropa tan ancha como me de la gana. Se observa en un espejo, primero de frente, luego de perfil. Bueno no está del todo mal. Si me peino hacia atrás y me pongo gafas... cada vez me parezco menos a mí mismo. ¿Quién ha dicho que el hábito no hace al monje?

(3)

Trece horas cuarenta y ocho minutos. Como en las películas de cárceles, Benedicto espera el cambio de guardia para escapar. Se ha recortado unos mechones de cabello y, con un poco de goma arábiga, se los ha pegado sobre el labio superior a modo de bigote. También se ha camuflado tras unas gruesas gafas de concha que lleva siglos sin utilizar y que le pueden ayudar a pasar desapercibido. Observa el reloj, faltan solo dos minutos. Repara en su anillo, el anillo papal. Duda si quitárselo pero decide que no, si las cosas se tuercen el anillo podría convertirse en su principal salvoconducto. Cinco, cuatro, tres, dos, uno, es la hora. Abre la puerta con suma cautela. Se asoma al pasillo. Nadie. Se escucha de fondo el sonido de las gruas trabajando en la calle, pero nada más. Todo parece tranquilo. En un par de minutos aparecerá por ese pasillo el guardia de relevo. Benedicto escapa en dirección contraria. Desaparece por una puerta, desciende por unas escaleras por las que sabe que apenas pasa nadie. Si le sorprendieran le darían el alto con toda seguridad pues ningún seglar puede recorrer esos pasillos. Aprieta el paso. Finalmente consigue llegar a una puerta de la que cuelga con un cartel de prohibido el paso. La franquea. Lo ha conseguido, se encuentra en una de las estancias del Museo Vaticano. Cuando está a punto de confundirse con un grupo de turistas con acento sudamericano repara que está siendo observado por una cámara de seguridad. ¡Mierda! Espero que el encargado de la vigilancia no estuviera mirando al monitor y no se haya dado cuenta.

Escucha las explicaciones del guía pero cree que lo más seguro es despistarse del grupo y escapar para evitar ser reconocido por alguien. Las apariciones son un clásico entre la feligresía católica y, en cualquier momento, alguien puede señalarle con el dedo y comenzar a gritar: "¡El Papa, el Papa!". Se rezaga y se aleja. Recorre las dependencias en busca de una salida que, finalmente, alcanza. La luz le ciega. No sabe si es el sol o el mismo Dios quien le alumbra. Se siente como un preso después de pasar meses encerrado en una mazmorra. Es Steve McQueen en Papillon.

A las puertas de la Basílica de San Pedro centenares de turistas se agolpan buscando restos de Dios. Benedicto los observa, agacha la cabeza, y enfila en dirección al Puente de Victor Manuel con el fin de atravesar el Tiber y alejarse. Se siente extraño pudiendo caminar por la calle sin la necesidad de tener que parapetarse detrás de un cristal blindado. Luego rebusca en sus bolsillos. ¿Cuánto dinero tengo? Ochenta euros no es mucho pero me ha sido imposible conseguir más. El Papa nunca lleva dinero encima. ¿Qué se puede comprar con ochenta euros? ¿Cuánto cuesta un café? ¿Y una entrada de cine? ¿Y un billete de tren con destino a Ravenna? Ravenna fue la primera ciudad italiana que conocí. Uno nunca se olvida de sus primeras veces. Recuerdo mi primera comunión, la primera noche en el seminario, la primera vez que escuché hablar a Adolf Hitler. No tengo la culpa de haber nacido en Alemania.

(4)

Dieciséis horas, tres minutos. En Roma hay más de cuatrocientas iglesias en las que purificar el alma. Benedicto escoge una al azar, se arrodilla, relata algunos de sus pecados y se guarda otros. A medida que habla, le asaltan la cabeza algunas imágenes del pasado. Unas son reales, otras producto de la fantasía. Aprieta los puños, le sudan las palmas de las manos. Dios mío, ayúdame a superar mis debilidades, dame un corazón de hielo tras el que poder protegerme. Hazme inmune a los deseos y a las pasiones. Condúceme hasta tí. Desde el otro lado de la celosía una voz pronuncia las palabras mágicas: "Ego te absolvo pecatis tui". La religión católica se basa en el perdón. Por muy grandes que hayan sido las atrocidades cometidas la iglesia siempre estará dispuesta a otorgarte el consuelo del perdón aunque mo está muy claro si lo hará por convicción o por miedo a perder clientela.

La vida se ve desde otro prisma cuando la culpa desaparece y eso hace que, después de haberse confesado, Benedicto se convierta en una persona jovial dispuesta a disfrutar de las horas de libertad que le restan antes de regresar al cautiverio papal. Tiene ochenta euros , ganas de agastárselos y unas cuantas horas antes de que la carroza se convierta en calabaza. Está hambriento, necesita comer algo. En una pizzería con terraza duda entre pedirse una caprichosa o una napolitana. Opta por la segunda y una botella de San Benedetto. En la mesa de enfrente un tipo le observa. ¿Me habrá reconocido? Lo dudo, con esta pinta que llevo no me reconocería ni mi propio hermano. Observa a su observador. Debe tener unos cuarenta años. Lleva desabrochados dos botones de la camisa y barba de un par de días. Benedicto le sonríe. Instantes después de hacerlo se pregunta por el significado de esa sonrisa. Quizás haya sido un gesto de cortesía, o de satisfacción, o de envidia por la juventud perdida. El tipo de enfrente agacha la cabeza y pone cara de "dónde te has creído que vas con ese bigote absurdo y esa camisa a punto de estallar". Benedicto insiste y ahora sabe que su mirada es producto del deseo de ver otro botón desabrochado, u otros dos, o todos. El tipo, molesto, paga su cuenta, se levanta y se va. Benedicto pide una cerveza.

(5)

Veinte horas cuarenta y seis minutos. Anochece. Benedicto camina por el centro de Roma con seis euros en el bolsillo. El resto se lo ha bebido. Pasa frente al Coliseo y luego enfila por la Via del Fagutal en dirección a Cavour. Se detiene entre dos coches y mira a su alrededor. No ve a nadie, afortunadamente no es una calle demasiado transitada. Se baja la bragueta y se alivia la vejiga. Un gato maulla en señal de protesta y sale corriendo de debajo de uno de los coches. Benedicto prosigue hasta Cavour y, unos metros más allá, se pierde en un pequeño callejón llamado Via in Selci. A medida que la calle se va empinando cuesta arriba Benedicto recuerda que Roma fue fundada sobre siete colinas. Cuando sus ochenta y cuatro años le dicen basta se detiene. Se encuentra frente al número 69 de la calle, ante un cartel en el que puede leerse la palabra "Hangar". Del interior escapa música a gran volumen. Benedicto decide adentrarse. Desciende por unas escaleras oscuras por las que suben unas notas metálicas que amenazan con romperle los tímpanos. Tiene la sensación de estar bajando a las catacumbas. De repente se encuentra rodeado de jóvenes que mueven sus torsos desnudos al ritmo que les marca la música. A tientas logra alcanzar la barra y se aferra a ella igual que un náufrago a su tabla. Pide una cerveza. Una pareja de tipos vestidos de cuero le observa desde el otro extremo de la barra. Benedicto se bebe la cerveza de un trago y se dirige hacia ellos.

- ¿No debería estar usted cuidando de sus nietos?
- Para qué quiero nietos habiendo gente como vosotros a la que cuidar.
- Usted no quiere cuidarnos, quiere otra cosa.
- ¿Cómo lo has adivinado?


Los dos tipos se miran como preguntándose qué hacer. Le observan como si fuese un animal exótico.

- Usted no podría con nosotros.
- ¿Quieres que te lo demuestre?

Se miran. Uno le pregunta al otro si "trinchan el pollo". Deciden que sí. Se llevan al Santo Padre hasta uno de los servicios. Es un lugar oscuro y sucio, con un retrete, un lavamanos y una diminuta ventana de ventilación por la que se ven los pies de la gente que pasa por la calle. Le ponen de cara a la pared. Le bajan los pantalones, le separan las piernas y cargan contra él por turnos. En la oscuridad apenas se vislumbra nada salvo el reflejo dorado del anillo papal rechinando en la pared. Benedicto exhala gemidos de dolor mezclados con frases en latín mientras alguien aparca su coche en el exterior. Las luces de los faros penetran por la ventana y un haz de luz ilumina el rostro de Benedicto. El sudor ha hecho que el bigote se despeque arruinando el camiflaje del Santo Padre. Entonces uno de los hombres grita aterrado "¡Ostia, que nos estamos follando al Papa!", antes de salir corriendo.

(Ficción)

Besos.

Beta

22 comentarios:

Isa dijo...

Realista.

Más claro, agua dijo...

Ahora entiendo por qué Papillon XVI, a sus ochenta y cuatro tacos, va de pie en el papamóvil...

A ver qué se inventa ahora, porque a él ya le ha entrado un camello por el ojo de... la aguja...

Chapeau, Beta!!! ;-)

tricicle dijo...

A sus pies, Beta.



Apostaría mi reino a que la realidad super a la ficción.

ricardo dijo...

pero entonces, ¿es placer, o es penitencia?

La Maga dijo...

Hay un cóctel molotov en el Vaticano: prohiben la masturbación (por no tener fines reproductivos), otro tanto con el sexo anal y oral, y lo aderezan con celibato obligatorio, misoginia y machismo.

¿Cómo no crear una cofradía de centenares de miles de curitas pedófilos que, en lugar de ser arrestados son trasladados de parroquia?

¡Viejos insanos y carcamanes!

((Buen texto))

Héctor dijo...

Genial, genial, simplemente genial.

No me extrañaría que, como dice "tricicle", la realidad superase a la ficción.

Besos.

Trece dijo...

Como siempre, superándote.

Después de colegio de monjas desde los 5 años e inctituto de curas.. no creo en dios y se de buena tinta que las monjas todas putas y que los curas pagarían por haber estado encerrados en ese lavabo.

Y estoy de acuerdo con tricicle, la realidad SIEMPRE supera la ficción.

Buenísimo.

besos.

Anónimo dijo...

Empecé a leer por el final. "Las luces de los faros..." y "un haz de luz". Demasiada "luz" para mis pocas luces,. Hay que cuidar más el estilo. No leo más.

Kaotic Chic dijo...

Sutil y a la vez tosco en equilibrio...ME ENCANTÓ

Romano dijo...

Muy documentado.

bea doce dijo...

No se....voy a dejar de leer este blog, una temporadita...sabes hacerlo mejor...Beta...¿este tema va a durar mucho?porque la verdad...ni me va ni me viene que le rompan el culo al Papa..y menos que le guste o no...

Te mando este enlace(aunque es antiguo me parece bueno para que agregues a tu Relato):
http://www.elmundo.es/elmundo/2007/12/27/espana/1198760752.html

Luna Roi dijo...

Mi sueño era el inverso, pero el personaje el mismo. Te ha salido de puta madre. Me redimes del daño que me causó: noche de pesadilla. Se lo merece todo (lo pero, claro)

Ya he regresado de Roma sana y salva. Bien vista la perspectiva de Via Cavour, aunque yo lo hubiera llevado un poco más allá, hasta el ambiente sórdido de Roma Termini.

Beso, Beta!

Rak dijo...

Bastante traumático eso de imaginarse al papa en unos sucios baños con dos tipos dándole...xDD
Pero aún así, divertido! Sigue con el tema Beta, tengo curiosidad por saber a quién más se acaba cepillando ;)

Albert dijo...

Muy bonito. Un cuento moral realmente edificante.

Hay otros tipos de clero:
Belén Gopegui

ultra dijo...

Pues mi comentario no va a ser tan complaciente. Soy seguidora habitual tuya, pero no entiendo ( o si) por qué tienes que poner al Papa de maricón..., ¿eso es más humillante, más depravado que si fuera hetero? ¿Por qué no, cuando se escapa, se va de putas y se monta una orgía? ¿Eso es menos escandaloso o menos ofensivo que si le dan por culo dos tíos? A lo mejor sí, no sé...
Besos siempre, Beta

PiscisDragon dijo...

A pesar de un parcillo de errores, el micro cuento me pareció genial. Me gustaron las reflexiones conformistas papales. No me parece insultante.

A veces la gente piensa o mejor dicho, siente que el Papa es como una "Bandera", es sagrada no se puede quemar, ni pisar, ni te puedes limpiar el culo con ella. Fijense que para ser el ex encargado de la Antigua Inquisición, este relato lo trata con bastante suavidad.

Merece algo mucho peor, que de ser escrito, escaparía de los dedos de nuestra querida leida Beta.

Geisha dijo...

Qué hipocresía y qué iglesia de famobill.

La iglesia con los abusos a menores y el PP con la corrupción, se perdió el sentido común, viva la desfachatez... a todos ellos como penitencia que convivan en una isla ellos solitos para que se despellejen.

Anónimo dijo...

Beta, buenísimo, me ha encantado, tanto la temática como la forma en que te has expresado. Escribe un libro, en serio ; )

pintamonadas dijo...

Ahora encuentro sentido al ataque que recibiste de Troya, elena, el caballo y el papa montado a caballo de Troya via face(¿o era el caballo montando al Papa?).

La lujuria.

BadMilk dijo...

Bueno, te leo de vez en cuando y como muchas otras mi opinión es sólo eso, una opinión.

El principio sobretodo me ha parecido muy verosímil y muy bien escrito. Aunque sabes que es ficción creo que realmente esto le podría pasar por la cabeza al Papa.
Me ha enganchado desde el principio, pero el final rocambolesco con los dos hombres que, bueno según he entendido era contra su voluntad porque el no quería le molaba, se lo follan... no se me ha parecido que no cuadraba con la historia...

Pero por el resto me ha encantado, ponte en contacto con una editorial y en breve te veo con un pisazo para ti sola...

BEA dijo...

Sencillamente genial.

BETA eres grande! Acabo de descubrirte pero vas derechita a mis favoritos.

Espero leerte de nuevo, ánimos!

saludos

Anónimo dijo...

La Madre que te parió, jajaja. Como dicen por aquí tu vas derechita pero al Infierno.

The chinesse