lunes, 17 de marzo de 2014

Starbucks

Durante mucho tiempo, cada vez que quedaba con alguien, elegía como punto de reunión las puertas del Café Comercial de Madrid. En plena glorieta de Bilbao, la ventaja del Comercial es que junto a sus puertas estaba un kiosko de prensa al que yo llamaba "la pequeña FNAC" y en el que podías ojear (e incluso comprar a muy buen precio) un montón de DVDs que habían sido publicados en su día por los diferentes periódicos. No recuerdo haber entrado en el Comercial más que en una ocasión y fue porque me enamoré a través de sus enormes ventanales de una chica con la que sólo llegué a cruzar miradas. La idea de los cafés antiguos, con señores tratando de emular las tertulias de finales del XIX y principios del XX opinando "al pedo" sobre cualquier cosa que se les ponga por delante me da bastante pereza.

(A propósito de opinadores: Marta, de Nacho Sánchez Quevedo con la gran Ana Boyero)

El caso es que ya no voy al Comercial. Ahora está Starbucks. Mi vida se ha globalizado aunque esa no sea, precisamente, una razón para presumir. No me gusta demasiado Starbucks, voy poco. Algo más cuando viajo. En Pekín pedí un smoothie de té verde que creo que es lo único que me ha parecido realmente bueno de Starbucks.  A pesar de haberme convertido en consumidora de ese café larguísimo americano que te rellena una y otra vez una camarera de sesenta años que vive en una roulotte, no me gusta le café de Starbucks. Ni el té. Ni esa repostería que, tome lo que tome, siempre termina por generarme ardor de estómago.



Voy a Starbucks porque es lo primero que me encuentro cuando necesito algo para calentarme las manos. Cuando has tenido que cambiar las castañas por Starbucks tu vida es, definitivamente, una mierda. Tampoco me gusta que me pregunten mi nombre y que lo griten en alto cuando han terminado de preparar mi bebida. Dependiendo de si quien me atiende me cae bien o mal le doy un nombre u otro. Gertrudis, por ejemplo, es un nombre impronunciable para cualquier camarero de Starbucks. A lo más que llegan es a "Hertidis". Una vez, tras repetirselo cuatro veces al camarero le dije: es igual, llámame "Número cinco". Pero Hertidis suena a nombre griego y Grecia no es un valor en alza. Tampoco lo es Italia pero a veces me hago llamar Antonella (Antounila). Como la Bevilaqua. Amor y esteroides a partes iguales.

(A propósito de esteroides: Maravilloso artículo de Iñaki Berazaluce)

Cuando hay en la cola alguien cuya atención trato de captar me hago llamar Sarah Silverman (con el apellido, claro). Algunos se vuelven y yo pongo cara de ¿qué culpa tengo de llamarme así? Si la persona que me interesa no lo hace pienso que mejor, que alguien que no es capaz de volverse ante Sarah Silverman probablemente no merezca la pena.

Beat

3 comentarios:

Cabrónidas dijo...

Yo me giro ante nombres tales como Jenna Jameson, Gigi Love, Anastasia Mayo... pero Sarah Silverman... no.

Juli Gan dijo...

Pues yo entré al café comercial y me sirvieron unos churros con aceite reciclado de freír pescado (Buajjj, cabronazos!!) Recuerdo el kiosco. Nos compramos un paraguas. Mira que ir a Madrid y que nos llueva. Nos trajimos el norte. Hay un bar de bocadillos de setas en San Sebastián (el Narrika, en la calle homónima) donde mi hermano siempre se hacía llamar "Yossssuaaaaa". En fin, tendré que probar. Tiene que estar gracioso que te llamen "Pantoja" (O Pantoha) en un starbucks. ¿Y café, café no tienen?

kira permanyer dijo...

Starbucks merece toda mi admiración: ha conseguido que por una madalena de toda la vida pagemos más de 3 euros y tan contentos. Eso si, llámale muffin que si no no es fashion.
Anyway es el mejor lugar cuando viajas para tomar algo caliente si no sabes el idioma, solo señalando con el dedito y tener WIFI gratis...